Por Fernanda G. Kobeh
Iris Apfel comenzó su colección de joyas a los 11 años. Una vez a la semana vagaba a escondidas de sus padres —quienes la esperaban en su hogar en Brooklyn— por las calles de Manhattan; recorría las líneas de metro de principio a fin aprendiéndose cada detalle que los rincones de la Gran Manzana emanaban. En poco tiempo descubrió la pintoresca Greenwich Village y fue ahí donde se enamoró por primera vez... de una pieza de joyería. Escuchar a Iris contar esta historia es transportarse a ese sótano lleno de curiosidades de segunda mano, a la tímida clienta que ofrecía indudable valor a las cosas y tratándola como una princesa. “Me sentía como la realeza”.
El hombre besaba mi mano, me decía lo hermosa que era y me dejaba admirar cada pieza que tenía en su tienda”, cuenta Iris, enfundada en sus característicos anteojos oscuros y una cabellera lila. Fue guardando monedas de cinco centavos y cuando logró ahorrar la módica cantidad de 65, se presentó ante el vendedor con una petición determinante: un prendedor de piedras brillantes a cambio de su escuálido monto.
Ella no lo cuenta pero sé que a los 11 años resultaba tan adorable como a los 94, estamos seguros de que aquel enigmático viejito le entregó el prendedor sin mayor oposición.
Fue ahí cuando Iris entendió el carácter transformativo de la joyería; su indispensable papel en el armario de una mujer que se jacta de responder a su género y el inexorable poder que brinda un collar brillante.
Su madre fue su musa, pero su marido, el fallecido Carl Apfel, le dio la fuerza para convertirse en un lienzo en blanco que cada mañana existía para transformarse camaleónicamente en la persona que quisiera. “A veces despertaba tan harta que le decía a Carl: ‘Hoy solo quiero encerrarme en el clóset,’ y él me respondía: ‘Lo siento, cariño. No hay espacio suficiente’. Pero eso es así como me mantengo joven, despierto todas las mañanas y ahí está mi energía. Y el sol que está allá arriba”. “¿Te refieres a Dios?”, pregunto. “¡Por supuesto! ¿Cómo es posible que alguien no crea en Él?”, dice Iris determinación.
Carl e Iris viajaron por el mundo buscando inspiración, materiales y experiencias que les permitieran mantenerse exactamente a flote su compañía textil, Old World Weavers. Cada país que visitó Iris fue motivo de búsqueda incansable por piezas únicas. Lo dice sin rodeos: “Todo lo que tengo, lo he buscado. Nada ha llegado gratuitamente”. Old World Weavers era básicamente una celebridad de la industria de la decoración de interiores, incluso de la Casa Blanca. Pero más allá, le abrió las puertas de su clóset: se convirtió en poseedora de una de las mayores colecciones de ropa y joyas de los Estados Unidos. Y en septiembre de 2005 el mundo no pudo evitar echar un vistazo al clóset de Iris: el Costume Institute del Museo Metropolitano de Nueva York, vuelto loco por la colección inacabable de Apfel, le pidió montar una exposición curada por ella misma.
“El MET nunca había hecho esto”. Había una regla tácita en el Costume Institute: las exhibiciones no podían ser de un individuo a menos que este fuera un diseñador o estuviera muerto. Bueno, claramente Iris no es diseñadora de moda y no cumple con ninguna de las dos condiciones”, entre risas. Esa muestra, que llevaba el título de Rare Avis: Selections from the Iris Apfel Collection, es el recuerdo más grato que tiene de todos esos años vividos en Nueva York.
Desde 2005, la fascinación por la filosofía de vida y los mantras fashionistas de Iris han conquistado mucho más de una marca. Alexis Bittar, MAC y Kate Spade son solo algunos ejemplos de departamentos creativos que han acudido a ella para imprimir un sello original y desafiante a sus colecciones. Pero ahora Iris cruza fronteras con una inesperada colaboración, Colección Iris, para Tane. “Ha sido tan emocionante! Tane es muy importante y la conozco desde hace años; nunca pensé que tendría el privilegio de trabajar de cerca con ellos, pero Nino (Bauti, director creativo de la marca) me buscó y estuvimos de acuerdo en trabajar juntos”. El diseño de las piezas y su manufactura a partir de plata pura fueron escogidos por Apfel por los materiales; su inesperada combinación no es más que un rasgo absolutamente inherente a su personalidad. Ante las dudas de cómo definir el distintivo de cada colaboración en la que ha participado, responde con simpática traviesa: “Eso depende de ustedes decidirlo”.
Esa otra mirada y el hambre que tiene por devolver al mundo lo que le dan a un par de manos más jóvenes a alguien de su edad.
Lo que sí nos recuerda —aún después de convivir con ella— es que perder el miedo a ser, el espejo, la moda, o las opiniones, no depende de la edad, sino de las ganas de conquistarlo con gracia.